Vivimos
en la creencia de que las instituciones de enseñanza nos transmiten y educan en
ciertas ideas que, al igual que las que muestra la televisión, creemos como
verdades absolutas, sin poner en ellas ni el más mínimo grado de duda. Esto favorece
los intangibles métodos de control del poder que desembocan en la reproducción social. Desde hace muchos
años la escuela se ha convertido en una institución con un gran poder y con un
reconocimiento popular del que nadie duda, donde crees que lo que allí te enseñan es lo
correcto y lo veraz.
Los
adolescentes van al instituto a aprender una serie de conocimientos que les
servirán para desarrollarse como personas pero, ¿Quién decide cuales son los
conocimientos que hemos de aprender? Nunca llegamos a plantearnos esta cuestión
de una manera importante, o incluso a veces ni a plantearla. De este modo,
creemos que todo los que se imparte en los centros de enseñanza es lo correcto,
lo verdadero, cuando en realidad nos están adoctrinando para poder vivir en una
sociedad capitalista, egoísta, competitiva y desigual.
La
escuela se convierte así, en un mecanismo legitimador de verdades absolutas, es
decir, se convierte en una institución en la que todo lo que sucede, se comenta
y se adoctrina, es la verdad más certera. Es por todo esto que el docente ha de
poner un grado mayor de cuidado, ya que, los conocimientos que imparta y los
que no imparta y la manera en que lo haga y la manera en que no lo haga, tendrá
un grado de influencia muy destacable en las futuras vidas de su alumnado.
“Para ello es necesario que en las instituciones
escolares, las profesoras y profesores, como intelectuales comprometidos,
generen un clima de reflexión y debate sincero, sin temores ni disimulos,
acerca del porqué de los contenidos culturales con los que trabajan y cómo lo
hacen; sobre que dimensiones de la realidad, con qué fuentes y con qué
metodología facilitamos la reflexión de nuestros alumnos, les permitimos
comprender su realidad y los capacitamos para seguir analizando y poder
intervenir solidaria, democrática y eficazmente en las diversas esferas de la
vida en su comunidad.” (Jurjo Torres, El curriculum oculto, 1992, p. 11)
Las
escuelas e institutos se han ido cargando de un gran e inconsciente apoyo
popular, ya que como comentábamos antes, se constituyen como los centros de
transmisión de los valores y conocimientos culturales “correctos”, es decir,
los que están dentro de los cánones que el poder quiere que se sigan para así
poder ejercer un control sobre los individuos de la sociedad. También está el
hecho de que la escolarización es obligada hasta cierta edad en nuestro país,
con lo que se cuenta con una ineludible instrucción en ciertos ámbitos.